Luego de ser albergado en una cápsula líquida, flotando a salvo durante casi un año sin la más mínima preocupación ni noción de lo que es la vida, nace el ser humano. Respira por primera vez. Llora. Su llanto ensordecedor no será sino una reminiscencia de la alegría inmensa y el profundo dolor que le depara la vida entre sus semejantes.

El ser humano crece. Conforme lo hace, se familiariza con el mundo que le rodea y sus detalles. Identifica aquello que le aborrece, lo que le aterroriza y lo que le da asco. Pero también identifica ciertas particularidades bellas de la vida. En la comida. En el arte. En otros seres humanos. En los momentos. Y aquello que en un inicio le generaba una mínima curiosidad, acaba enamorándolo.

Pero el ser humano no es capaz de ver que ciertas bellezas de la vida están fuera de su alcance. Dichas de la vida a las cuales solo unos cuantos tienen acceso. Dichas de la vida que este ser humano perdió al tomar decisiones equivocadas. El ser humano no acepta que no puede cambiar su pasado. No acepta vivir sabiendo que nunca será alguien influyente en el mundo. 

Porque existe una posibilidad muy remota de que logre enmendar aquello que rompió. Porque podría lograr algo digno de la ovación de millones de personas. Porque podría encontrar una respuesta que nadie más ha encontrado. Porque hay una entre miles de millones de posibilidades de que su sueño se haga realidad. 

Aquí reside el núcleo temático del cine de Darren Aronofsky. En los seres humanos y su obsesión con sus deseos más profundos. En su adicción autodestructiva a cada espasmo de posibilidad de ser felices. Sean todos bienvenidos a pasar a las 8 puertas del infierno psicológico que implica perseguir lo inalcanzable. Cada puerta es distinta, pero ninguna les dejará indiferentes una vez que salgan de ellas. Este es el imaginario cinematográfico de Aronofsky. Disfruten de la crisis."